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Tiempo

Tiempo El tiempo es a veces traicionero. Pasa a tu lado, por encima, debajo y a través de ti, tratando que no te des cuenta de su transcurso. Es tan subjetivo... y tan imposible de controlar. Los momentos que se hacen eternos, o los que te gustaría que lo fueran pero no lo son. Qué estupendo poder ése de congelar y acelerar el tiempo a tu gusto. Estos dos últimos meses han pasado sin apenas darme cuenta. Casi he vivido una cuarta parte de mi vida, eso suponiendo que llegue a los ochenta años, claro; y sólo de pensarlo me ha entrado un agobio similar al que siento cuando tengo un examen al día siguiente y voy mal de tiempo. Y es que me quedan tantas, tantas cosas por hacer... Cómo envidio a la amiga que dijo "...me dedico a vivir..."
Aguja (Rabia, Jordi Sierra i Fabra)
En la cocina de casa hay un reloj.
Es uno de esos relojes de pared, grandes, como de veinticinco o treinta centímetros de diámetro. Y tiene tres agujas. La de las horas, que apenas si parece moverse. La de mis minutos, que camina despacio, lentamente. Y la de los segundos, que se mueve a saltos, a impulsos eléctricos - porque el reloj va a pilas -. Sesenta botes por minuto; tres mil seiscientos a la hora; ochenta y seis mil cuatrocientos al día; dos millones quinientos noventa y dos mil al mes -un mes de treinta días-; treinta y un millones quinientos treinta y seis mil al año -si es bisiesto son ochenta y seis mil cuatrocientos más-. Y así siempre. Eternamente.
Me asusta.
Esa aguja, especialmente esa aguja, me asusta.
Dando vueltas en círculos, siempre.
Estúpida, ciega, absurda.
Prisionera.
¿Sabe ella que hay algo más?
¿Habrá mirado alguna vez al otro lado del cristal?
Pobre aguja.
Es como el símbolo de todos los que se mueven con ella, con sus vidas predestinadas, sus sesenta saltitos por minuto, con el reloj de la vida acotado, metido en su espíritu. El símbolo de lo inútil, y al mismo tiempo, el símbolo de la muerte. Cada salto es una burla. Cada silencioso un paso más, un segundo menos. De niña me quedaba hechizada viendo ese reloj, viendo esa aguja dando saltos y vueltas, hasta que una mañana me di cuenta de que me hipnotizaba, me robaba los segundos que perdía mirándola hechizada. Desde entonces me siento de espaldas a él.
Odio ese reloj.
Un día lo destruiré.
Cuando sea viejo y lo tiren, lo machacaré, para que no vuelva a aterrorizar a nadie. Y si llega a viejo y funciona, cuando mis padres mueran lo aplastaré igual. No soy violenta, soy pacifista. Pero odio ese reloj.
Y esa aguja.
También me pongo a temblar con una agenda electrónica que tiene mi padre. ¿Quieres saber en que caerá el 26 de julio del año 2027? Ahí lo tienes. La agenda dispone de todos los meses de todos los años futuros.
Es decir, que ya tiene impreso en su memoria el día de tu muerte.
No quiero saber en qué caerá el 26 de julio del año 2027.
Sólo necesito saber qué día es hoy.
Y creer que vivo en él.
Carpe diem, como dijo el escritor.

2 comentarios

Ivan -

No quiero ni pensar en mi en el 2027... Lo mismo pensaba hace 20 años y lo cierto es que no es nada terrible. Pero el siguiente escalón se presenta amenazador.
Saludos

Buit d'Estels -

Puedes hacer dos cosas: pensar que marca el tiempo que pierdes o pensar que marca el tiempo que vives. "Dedicarse a vivir" es una actitud que tenemos que aprender a hacer todos con cada segundo libre que disponemos. ¿Tiene tu amiga algún truco? Yo también me apunto al cursillo de vencimiento del tiempo... El otro día vía sentada en el parque la niña que era yo de pequeña y empezaba tímidamente a sonreirme, quiero que lo haga también ese 26 de julio del 2027. Un beso.